miércoles, 10 de febrero de 2016

El pueblo que el diablo protege

Publicado originalmente en la revista Voy y Vengo en enero de 2016

















No hay día en España que no sea de fiesta. Tanto las grandes ciudades como los pueblos más pequeños tienen su santo patrón y el día marcado en el calendario litúrgico para recordarlo se convierte en motivo para unir a vecinos y visitantes alrededor de música, comida, danzas y eventos culturales. Es el caso de Castellbisbal, municipio ubicado en la provincia de Barcelona.
A 26 kilómetros de Barcelona, Castellbisbal celebra su fiesta el 22 de enero, día de San Vicente. A pesar de caer en pleno invierno, sus habitantes desafían el frío y la nieve para unirse en una celebración cuyos principales actos son dos tradiciones con especial apego en Cataluña: el baile de gigantes, enormes figuras de cartón-piedra portados por una persona que los hace girar, y la butifarrada, donde el embutido de origen catalán se reparte en un gran banquete.
Pero si la alegría y la convivencia de la fiesta son similares a la del resto del país, Castellbisbal tiene algo que lo distingue. Aquí, San Vicente comparte la labor protectora con el personaje aparentemente menos indicado para ello, Satanás. La leyenda detrás de esto está ligada al monumento más importante del lugar.
Un puente construido en una noche
Habitado desde la época romana, Castellbisbal siempre ha estado ligado a su pueblo vecino, Martorell, del cual está separado por el río Llobregat. Para llegar hoy a esta zona, la mejor opción es hacerlo por la Ruta S4 de ferrocarril, que hace parada en una estación compartida por ambas poblaciones.
Desde ahí es necesario un viaje extra en autobús para llegar a Castellbisbal, que contempla los trenes desde la cima de una colina. En cambio, para llegar a Martorell sólo hay que cruzar a pie el río por un puente que siempre ha sido enlace entre ambas localidades y cuya leyenda explica el agradecimiento del diablo con Castellbisbal.
Se cuenta que, tras una crecida del río, el puente romano original fue destruido y Martorell quedó aislado. Sabiendo de la desesperación de los vecinos, el diablo se presentó ante ellos prometiendo levantar uno nuevo en una sola noche. A cambio quería el alma del primer hombre que lo cruzara.
Animados por una anciana, los pobladores aceptaron, y al amanecer el puente estaba listo. Esperando al desafortunado con cuya alma se quedaría, el diablo vio a la anciana acercarse con un gato, al que azuzó para que cruzara, e indicó al diablo que podía quedarse con el alma del animal. De ese modo la gente quedó libre de usar el puente.
La obra que vemos hoy en día es, en su mayor parte, una reconstrucción de los años sesenta del siglo XX, pues el original fue víctima de la Guerra Civil. Pero fue restaurado respetando el modelo del puente gótico levantado en 1295 y que, si bien tardó años y no una sola noche en levantarse, nos muestra con su pronunciada pendiente que fue planeado para evitar cualquier otra posible crecida del Llobregat.
Desde la cumbre del puente se nota el contraste de la tierra entre ambos municipios, pues en Castellbisbal es rojiza. La leyenda del diablo no termina con su derrota pues, burlado, fue perseguido por los vecinos de Martorell y se refugió en el pueblo vecino, donde, para su sorpresa, fue bien recibido.
En agradecimiento, el diablo pintó el suelo de rojo. Gracias a eso podía reconocer a sus pobladores en cualquier lugar por el color del barro que se adhería a sus botas y protegerlos a dondequiera que fueran, como lo protegieron a él.
Un viaje a la vida rural
Si el color de la tierra era tan importante cuando se generó esta leyenda es porque durante muchos siglos Castellbisbal fue un municipio agrícola. Tras una jornada de trabajo, todos volvían al campo con cazcarria en sus pantalones; de ahí que el lodo fuese un modo de identificar a alguien del pueblo.


Vista de Castellbisbal
Sin embargo, la vida rural acabó en gran medida durante el franquismo. Siendo un lugar cercano a Barcelona, Castellbisbal fue elegido por el desarrollismo para ser un polo industrial y sus habitantes pasaron de cultivar la tierra a laborar en los recién construidos polígonos industriales.
La cultura asociada con la vida en el campo estuvo a punto de desaparecer hasta que en 1985 se abrió el Museo Histórico de la Pagesia. A partir de diversos artículos en desuso donados por los habitantes del pueblo, el museo empezó a rescatar testimonios de cómo era la vida de campo y se convirtió en un punto indispensable para visitar.
Los instrumentos de labranza, el transporte, los mercados y la naturaleza son elementos de la exposición, que culmina con la vida de las personas. Ahí, las relaciones familiares, los juegos, las fiestas y las creencias son reconstruidos junto con los espacios donde se desarrollaban.
El museo, además, cuenta con exposiciones temporales enfocadas en el arte y la fotografía. Asimismo, anualmente realiza una muestra de oficios tradicionales, mediante la cual se conoce de primera mano el trabajo de canteros, carpinteros, tejedores y de otros oficiales cada vez menos comunes debido al advenimiento de la tecnología.
Una colección peculiar
Del mismo modo, un vecino, Joan Bosch, por su cuenta empezó a comprar tractores descompuestos para entretenerse reparándolos. Sin darse cuenta, su pasatiempo lo orilló a buscar más y más maquinas, primero en el interior del país y luego en otros lugares del mundo, hasta que formó la colección de tractores más grande de España.
Bosch no pensó que el asunto tuviera interés para nadie más que él, por lo que se sorprendió cuando en un viaje por Francia descubrió que en varios pueblos había museos dedicados al tema, lo cual lo animó a exhibir su colección en el que se convirtió en el primer Museo del Tractor de su país.
Las máquinas que ha logrado comprar provienen de rincones tan lejanos como Argentina y Australia, y abarcan un periodo de casi 70 años. El tractor más viejo que tiene es de 1898. Un armatoste de cinco toneladas, el más nuevo de todos, es de 1965.
La pasión de Bosch es contagiosa, y el museo, que sacó adelante sin ningún apoyo, representa un modo de descubrir lo complejo y variado de algo que en apariencia es muy simple.
Ermita de San Vicente en Castellbisbal
La visita empezó con San Vicente y termina con él. Además de la iglesia mayor, frente a la cual se lleva a cabo la fiesta, el santo tiene dedicada una pequeña ermita medieval. Ésta es lo único que queda del antiguo castillo y se localiza en el punto más alto del territorio. Desde ahí se tienen las mejores estampas para despedirse de Castellbisbal con una digna fotografía.
Un pequeño sendero conduce, camino abajo, hasta los trenes, y seguirlo garantiza que el barro ensuciará nuestro calzado. De ese modo tal vez el diablo nos ofrezca su protección tras haber pasado la jornada en su pueblo predilecto.